“Izar Larrea, Itxaso González, Janire Alldekoa e Iera Díaz. Collique, Perú”. Ésas fueron las palabras firmes salidas de la boca de la coordinadora del programa de Juventud Vasca Cooperante. Las palabras que nos adjudicaban el destino de nuestro voluntariado. Las palabras que abrían el primer capítulo de nuestro verano. Verano, porque eso era lo que dejábamos atrás, en nuestro hogar. Pero elegimos la aventura y nos embarcamos en un viaje hacia el hemisferio Sur, hacia el invierno, hacia el conocimiento, el crecimiento personal y una experiencia nunca antes vivida por nosotras.
Un 4 de julio, sobre las 9 de la noche, aterrizamos en la gran Lima. Nuestras maletas parecían no llegar nunca, nuestros cuerpos se encontraban cansados y nuestras mentes se debatían entre el agotamiento y la ilusión. Al salir, la tropa al completo del Centro San Viator nos recibió con la más cálida de las bienvenidas, que incluyó una pancarta hecha a mano y con amor, abrazos, sonrisas y una cena caliente para compartir.
Los primeros días transcurrieron rápido, no había opción para reparar en el paso del tiempo entre tanto nuevo estímulo. La adaptación al barrio, al Centro, a las niñas y los niños, a los quehaceres... fue mucho más rápida y fluida de lo que hubiéramos imaginado.
Si hoy, dos meses después de nuestra llegada, miramos atrás, podemos ver la evolución de nuestra situación con una sonrisa en el rostro. Las calles de un nuevo lugar ahora son nuestro barrio, las niñas y niños que antes nos miraban con curiosidad, ahora nos llenan de abrazos, el equipo que nos recibió son ahora nuestras compañeras y las desconocidas que nos juntamos para venir, somos ahora una familia.
Participar de esta experiencia como cooperantes no sólo nos permite poner un granito de arena en este bello proyecto, sobre todo nos aporta conocimiento y vivencias. Poder ser parte de la educación de niños y niñas de Collique funciona como un intercambio, una aportación bidireccional, un crecimiento personal y una ayuda mutua.
